Muy simplemente, sin excesos,
con sus frutos coronaban la estadía
que mi mano en tu fina cintura hacía,
cuando la marimba ebría de embelesos,
entre el  aroma de pinos y cerezos,
tu corazón y mi corazón unía.


Fueron horas de irrevocable alegría
!En tus labios sólo cabían mis besos!

Entones, tu cabeza sobre mi hombro,
yo acariciaba, y tu voz, con asombro,
los mirlos repetían, cuando tu cuerpo
rodeaba con mis brazos. Sin frenesí,
la vida a nuestro amor siempre dijo; sí.


Dejé todo, y ahora estoy solo
y abandonado en el puerto.