El huerto

1. PVC

El día en que don Matías se jubiló, tomó una importantísima decisión:
- Voy a cultivar mi propio huerto.
No era una decisión muy original, que digamos. Don Matías vivía en una urbanizacioncita de las afueras y todos sus vecinos habían decidido algo similar el día de su jubilación. Todos tenían una casita blanca con el tejado de color teja. Todos tenían detrás de la casita un pequeño terreno. Y, en ese pequeño terreno, todos, todos, todos los vecinos de don Matías habían decidido cultivar su propio huerto. Y parecían muy satisfechos con ello.
- Fijaos, fijaos que habas más ricas me están saliendo - decía don Anselmo, al que jamás en su vida le habían gustado las habas.
- ¿Y estos pepinos? - preguntaba un orgullosísimo don Cosme - ¿Habéis visto alguna vez pepinos como estos? ¡Ni en fotografía!
- ¡Menudos tomates tengo este año! - aseguraba don Paco -. Esto sí que son tomates y no los que venden en el mercado.
- Los que venden en el mercado no saben a nada - sentenciaba don Agustín - ¡Parecen de plástico!
- ¡Peor! ¡Parecen de cloruro de polivinilo! - puntualizaba don Prudencio, que había sido profesor de ciencias en sus años mozos.
Y, claro, ante semejante perspectiva, don Matías estaba deseando cultivar sus propios tomates, pepinos y habas. Y cualquier otro vegetal que se le pusiera a tiro.

2. ASPERSION

Esa misma tarde marchó don Matías al hipermercado de la esquina dispuesto a comprar un par de guantes de cuero, un azadón y unos sobres con semillas.
Sin embargo, el joven empleado de la sección de jardinería lo convenció de que necesitaba un motocultor de tres velocidades, un sistema programable de riego por aspersión y un completo equipo de herramientas que incluía carretillo grande, hacha de leñador profesional, podador eléctrico de setos y otros dieciséis artículos de nombres irreproducibles.
Cuando el empleado le presentó la factura de sus compras, don Matías sólo dijo:
- ¡Ostrás...!


Al día siguiente, don Matías volvió al hipermercado y compró una caseta de chapa anodizada en la que poder guardar ordenadamente todas sus herramientas y resguardar de la intemperie el motocultor de tres velocidades (pese a su fiero aspecto, los motocultores son artilugios sumamente delicados.)
El precio de la caseta anodizada hizo exclamar a don Matías:
- ¡Ostras, ostrás...!

3. ABS

Como su fabuloso equipo de herramientas, inexplicablemente, no incluía guantes de jardinero ni azadón, don Matías acudió a comprarlos a la
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Luego, se acercó hasta

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y allí compró unos sobres de semillas. Sin preguntar nada, no fueran a darse cuenta de que era un novato.
De regreso a su casa, don Matías cavó agujeros, preparó unos caballones de tierra y empezó a sembrar. Sembró de todo: guisantes, ajos, habas, tomates, cebolletas, fresas, judías verdes y ocho o nueve cosas más.
A continuación puso en marcha su motocultor de tres velocidades y salió con él a dar una vuelta a la manzana.
- ¿Qué tal va eso, Matías? - le preguntó su vecino Olegario.
- Fenomenal.
- Vaya motocultor ¿eh?
- De tres velocidades, amigo mío. Y con ABS.
- Caramba...

4. CHAMPÁN

Pocos días después, terminando la tarde, don Matías escuchó grandes risas y otros signos de alborozo procedentes de la casa de don Cosme. Al acercarse, descubrió que sus vecinos celebraban una pequeña fiesta.
- ¡Pasa, pasa, Matías! - le dijeron al verlo -. Estamos celebrando nuestros éxitos. Hoy hemos llevado nuestros productos al concurso provincial de hortalizas.
- Ah. ¿Y habéis ganado?
- Hombre... ganado, ganado, lo que se dice ganado, no. Pero la calabaza de Paco ha quedado entre las veinte finalistas.
- ¡Bien! - gritaron todos, a un tiempo.
- Yo he conseguido un octavo puesto en lechugas capuchinas - proclamó orgullosísimo don Olegario.
- ¡Bien! - volvieron a gritar los animosos hortelanos.
- ¿Y qué me decís de mi diploma al tomate con el mejor rabito? ¿Eh? - se pavoneó don Anselmo.
- ¡Bien, bien, bien! - fue la respuesta colectiva.
- A mí me han dado una mención especial a la tercera patata con mejor aroma - explicó don Claudio.
- ¡A la bi! ¡A la ba! ¡A la bim, bom, ba!
- ¡Lo dicho! ¡Un éxito total y absoluto! - proclamó, eufórico, don Prudencio.
Descorcharon una botella de champán auténtico, hicieron un brindis y bebieron entre nuevas risas y bromas. Entonces, don Paco se volvió hacia don Matías.
- Esperamos que vengas al concurso del año próximo, Matías.
- ¿Quién, yo? Huy, no sé... aún soy un novato.
- ¡Nada, hombre! Dentro de un año cultivarás unos guisantes del tamaño de melocotones - aseguró don Cosme.
- ¡O viceversa! - apuntilló don Olegario, provocando la carcajada general.

4. SINGER

A estas alturas quizá convendría advertir que don Matías no tenía ninguna experiencia en tareas agrícolas. Pero ninguna, ninguna. Nada. Cero pelotero. Había dedicado toda su vida a la reparación de máquinas de coser "Singer" y de eso sabía una barbaridad. Pero de plantas no tenía ni idea. Ni siquiera había cultivado geranios en maceta.
Al principio intentó hacer agricultura ayudado tan sólo por su sentido común. Pronto descubrió que, en las tareas de la huerta, los buenos resultados no dependen de la lógica sino de un cúmulo de factores absolutamente erráticos como el clima, la conjunción de ciertos cuerpos celestes y la suerte (sin olvidar las pedregadas).
Los consejos de sus vecinos tampoco le resultaban de mucha ayuda.
- Pero, hombre, Matías, que las habas hay que plantarlas en luna nueva. Si no, te saldrán duras como piedras.
- ¡Vaya...!
...............
- Tienes que comprar sulfato para los tomates, Matías.
- ¿Ah, sí?
...............
- Las fresas hay que cubrirlas con una malla para que no se las coman los pájaros, Matías.
- ¡Anda...!
Y don Matías, que era muy despistado, cubría los tomates con una malla, plantaba fresas en cuarto menguante y sulfataba el sitio de las habas concienzudamente. Eso, sin contar con que no lograba recordar dónde exactamente había plantado los guisantes ni el salsifí ni los puerros ni el quingombó.
- ¡Ay, Matías, Matías...! - le decían sus vecinos al pasar junto a su cerca, con una sonrisa en los labios.

5. ZAMORA

Después de ocho meses de duros trabajos, don Matías sólo había conseguido acentuar su lumbago hasta límites insospechados y que asomasen de la tierra doce especies distintas de malas hierbas, con las que mantenía una feroz y desigual batalla. De hortalizas comestibles, ni la menor señal.
Nuestro hombre, esa es la verdad, estaba empezando a ponerse ligeramente nervioso.
- ¿Cómo va eso, Matías?
- Regular, Claudio. Sólo regular – suspiró don Matías -. Creo que no he nacido para hortelano. ¡Con lo bien que se me daba arreglar las "Singer"...!
- Paciencia, hombre, paciencia. Zamora no se tomó en una hora. Por cierto, te voy a traer un par de cajas de calabacines de mi huerto. Me salen tantos y tan gordos que no sé qué hacer con ellos.
- Mira, qué bien.

6. ATILA

Una terrible mañana, mientras don Matías engrasaba su motocultor (los motocultores requieren mimos y cuidados sin cuento) el aparato se puso inesperadamente en marcha (los motocultores tienen a veces reacciones imprevisibles).
- ¡No! ¡Quieto! - gritó don Matías con voz tonante, al advertir el peligro.
Fue inútil. El artefacto salió de la caseta de chapa anodizada sin molestarse en pasar por la puerta y avanzó por el huerto de don Matías como un caballo de Atila enloquecido, destrozando cuanto encontró a su paso.
- ¡Alto! ¡Detente ahora mismo! ¡Stop! - le ordenaba don Matías, muy asustado, corriendo tras él.
Lejos de obedecer a su dueño, el artilugio cruzó la calle, derribó la cerca del huerto de don Olegario y despedazó minuciosamente su magnífica cosecha de berenjenas.
Tras el incidente, las relaciones de buena vecindad entre don Matías y don Olegario quedaron gravemente deterioradas.

7. EXUBERANCIA

Con la primavera, llegaron las lluvias. Unas lluvias muy raras y tremendamente inoportunas. Si don Matías no regaba, no caía una sola gota. Si don Matías regaba, a los cinco minutos sobrevenía un diluvio. Y aunque tan extraño régimen hídrico no hizo germinar ninguna de las especies plantadas por don Matías, las malas hierbas, por el contrario, se desarrollaron de modo imparable hasta alcanzar una exuberancia escalofriante. Muy pronto, don Matías tuvo que acudir a la


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para comprar un machete de explorador con el que abrirse paso a través de su huerto. El desánimo de don Matías alcanzó también, por aquellos días, dimensiones exuberantes.

8. DKW

Una mañana azul y alegre de algún tiempo después, mientras sopesaba seriamente la posibilidad de adquirir un lanzallamas de segunda mano para acabar con las malditas malas hierbas, don Matías escuchó voces. Voces que se acercaban
¡Semillas infalibleees!
¡Semillas blindadaaas!
¡Semillas garantizadaaas!
Surgían los mensajes de los altavoces situados sobre el techo de una antiquísima furgoneta "DKW" que recorría sin prisa las calles de la urbanización. Don Matías prestó atención.
¡Semillas indestructibleees!
¡Semillas imperturbableees!
¡Semillas incuestionableees!


"Alguien que usa con tanta soltura los adjetivos calificativos ha de ser, a la fuerza, persona inteligente y digna de confianza - pensó don Matías -. Quizá pueda aconsejarme bien."
Y don Matías salió en busca del hombre de la DKW.

9. VAINA

Era un tipo grande, de cabeza grande y grandes manos. Vestía impecable traje gris con corbata verde hierba y llevaba el pelo peinado hacia atrás con gomina. Aquello impresionó mucho a don Matías, que se le acercó cuando ya el hombre estaba cerrando las puertas de su furgoneta, dispuesto a marcharse.
- Buenos días. Permítame presentarme: Me llamo Matías.
El otro se volvió de inmediato y estrechó con fuerza la mano de don Matías.
- Vaina – dijo -. Antón Vaina. De Semillas Vaina, sociedad limitada unipersonal. Más que un representante de productos agrícolas, un amigo.
- Ah. Mucho gusto. Verá, yo...
- No diga nada, Matías. Ni una palabra. Puedo ver en su cara que tiene problemas con su huerto ¿no es así?
- Sí. Sí, señor, sí. Tremendos problemas. ¿Cómo lo ha sabido?
- Son ya muchos años en este oficio, caballero. He visto de todo y eso, posiblemente, ha desarrollado en mí un sexto sentido. Cuente, Matías, cuente. Le escucho.
Durante cuatro horas y cuarto, don Matías puso al vendedor de semillas al corriente de todas sus desgracias hortícolas. Y tras escucharle atenta y pacientemente, Antón Vaina – más que un representante de productos agrícolas, un amigo - se rascó la barbilla.
- Lo primero, vayamos a ver su huerto - dijo.

10. RUNDÚN

Antón Vaina pareció claramente impresionado por la jungla subtropical en que se había convertido el jardín trasero de la casita de don Matías.
- Tenga - dijo enseguida, escribiendo unas palabras en media cuartilla de papel-. Corra a la droguería más cercana y que le den un bidón grande de este producto. Y échelo a chorros por todo su huerto antes de que tenga que avisar al ejército.
- ¿Run... dún? - leyó don Matías.
- Rundún, sí, rundún. Bueno... ese no es exactamente su nombre comercial pero le entenderán. Se trata de un poderoso herbicida. Manéjelo con cuidado. No respire los vapores, no lo acerque a otros vegetales, sean flores, árboles o arbustos. No arroje los restos por el retrete. Y, por descontado, no se le ocurra bebérselo ni mezclado con gaseosa.
- Muy bien - dijo don Matías guardando el papel -. ¿Y después?
Vaina parpadeó.
- ¿Después del rundún?
- Sí, claro. ¿Qué debo hacer después? Cuando me haya librado de las malas hierbas, quiero volver a cultivar mi huerto.
Antón Vaina carraspeó educadamente mientras se ajustaba el nudo verde hierba de su corbata verde hierba.
- ¿No ha pensado en montar una gran maqueta de trenes eléctricos a escala hache-cero? El modelismo ferroviario es una bella afición y quizá esté usted más capacitado para...
- ¡No! - cortó tajante el jubilado -. No, señor Vaina. Quiero ser hortelano. Quiero cultivar mi huerto, como hacen todos mis vecinos. Quiero comer mis propias coles, ajos y pimientos. Y quiero llevarlos algún día al concurso provincial de hortalizas y ganar un premio. Si ellos lo hacen ¿por qué yo no? ¿Eh?
Vaina miró fijamente a don Matías, que parecía a punto de romper a llorar.
- Vamos, vamos, no se ponga usted así, hombre. Si eso es lo que quiere... Mire, le daré un consejo muy simple: Para esto, como para cualquier otra cosa, lo mejor es empezar por el principio; por lo básico; por lo más sencillo. No plante diecisiete especies diferentes. Plante sólo una y dedíquese a ella en cuerpo y alma. Vigílela sin descanso. Cuídela con mimo. Convénzala de que crezca para usted.
Don Matías asintió despacito.
- Creo que le comprendo, señor. ¿Y... qué me recomienda usted que plante? ¿Qué cree que es lo más adecuado para alguien como yo?
El hombre de la DKW escudriñó de reojo el interior de su furgoneta a través de la ventanilla. Estaba casi vacía. Había sido una buena mañana de ventas. Sin embargo, en uno de los rincones, junto a la rueda de repuesto, distinguió una bolsita con semillas.
- Rábanos - proclamó Vaina, alzando el índice derecho.
- ¿Rábanos, dice usted?
- Rábanos, sí. Pero no unos rábanos cualesquiera. No, no, no. Le hablo de los famosos Rábanos Seleccionados Vaina - aseguró Antón Vaina, cogiendo la bolsita y alzándola ante las narices de don Matías.
- No había pensado plantar rábanos pero, en fin... si usted lo dice... me la quedo. ¿Cuánto vale la bolsita?
El vendedor de semillas miró a don Matías con comercial afecto mientras le apoyaba su manaza sobre el hombro.
- ¿El precio? Oh, bueno, bueno, querido amigo... En realidad... ni siquiera sabía que me quedaba esta bolsita. Hace tiempo que no vendemos esta variedad y, posiblemente, estará pasada de fecha. Además, me ha caído usted bien, don Matías. De modo que, por esta vez y sin que sirva de precedente... se la dejo en trescientas setenta y cinco pesetas.
- Pues aquí pone que vale doscientas cincuenta.
- ¡Ah, eso...! Bah, es un precio antiguo. No haga caso.

10. SER (O NO SER)


El rundún acabó con las malas hierbas en un pispás y dejó el jardín convertido en un paisaje lunar. En un descuido de don Matías el herbicida también aniquiló una docena de aligustres recién plantados por el ayuntamiento en la bocacalle limítrofe con el huerto. Eso sí, nuestro hombre decidió ocultar el hecho, no fueran a acusarlo de delito ecológico. Ya, lo que le faltaba.
Luego, cogió el azadón y labró, justo en el centro geométrico de su terreno, un amplio bancal de casi un metro de profundidad. Tras esponjar la tierra cuanto pudo, depositó en ella, cariñosamente, las semillas de rábano, que sólo eran tres. Después las regó con mimo infinito.
Por último, cogió una silla del comedor y su radio de transistores, sintonizó la Cadena SER y se sentó a esperar.

11. TAN PANCHOS

La espera no fue especialmente larga pero a don Matías se le antojó interminable. Exactamente al cabo de tres semanas, comenzaron a asomar de la tierra tres perifollitos verdes que crecían de día en día.
- Esto no pueden ser malas hierbas - se dijo don Matías, frotándose las manos.


En muy poco tiempo las matitas de rábano adquirieron un magnífico aspecto; y ello, sin duda, debido a los cariñosos cuidados que don Matías les prodigaba de continuo: Las regaba a diario con agua del Vichy Catalán, les cantaba boleros de Los Panchos y, por las noches, les leía en voz alta novelas de Julio Verne y de Emilio Salgari hasta que se quedaban dormidas.
Una de las tres, en especial, crecía de modo espectacular, superando con creces a sus compañeras. En aquella mata tenía puestas don Matías todas sus esperanzas agrícolas.

12. TRAGEDIA

Pasó el tiempo y, un buen día, don Matías decidió dar una fiesta e invitar a todos sus vecinos a la recolección de su primera hortaliza. Por el tamaño de las hojas y lo que se adivinaba bajo tierra, debía de tratarse de un rábano sensacional.


Así que esa misma tarde marchó don Matías al hipermercado de la esquina dispuesto a comprar dos paquetes de serpentinas, unos gorritos de cartón y media docena de espanta suegras para animar su fiesta. Sin embargo, el dinámico empleado de la sección de carnavales lo convenció de que necesitaba cuatrocientos metros de cuerda con banderitas, treinta farolillos chinos y un castillo de fuegos artificiales modelo "Lisboa ‘98".
Cuando el empleado le presentó la factura de sus compras, don Matías sólo dijo:
- ¡Ostrás...!


Y fue justamente al regreso de aquellas compras en el hipermercado cuando don Matías se tropezó con la tragedia.
- ¡Cielos! ¡Me han robado! - exclamó, llevándose las manos a la cabeza -. ¡Me han robado mi rábano!
En efecto. Donde hasta esa misma mañana crecía aquel rábano hermosísimo, cuyas hojas superaban en altura al propio don Matías, ahora no había más que un gran agujero.
Nuestro hombre, desesperado, corrió a su casa. Tenía que denunciar el hurto a la policía y avisar a sus vecinos de que un despiadado ladrón de rábanos andaba suelto por el barrio.

13. PENSIERO

Ya con el auricular en la mano, a punto de marcar el cero-noventa-y-uno, le sobresaltó un siniestro sonido procedente del interior de la casa.
- ¡Cielos...! - gimió don Matías.
Entonces vio también el barro. Un reguero clarísimo que partía de la entrada, cruzaba la salita, seguía por el pasillo y terminaba bajo la puerta del cuarto de aseo.
- ¡Cielos de nuevo...! - volvió a gemir don Matías.
Sigilosamente, se acercó hasta el baño y apoyó la oreja en la puerta.
¡Clink, clonk! ¡Ñiiiiik...! - escuchó.
¡Ya no había ninguna duda! ¡Había alguien allí dentro! ¡Y sólo podía tratarse del malvado ladrón de rábanos! Un ladrón muy limpio, eso sí, porque tras abrir el grifo del agua caliente... ¡había comenzado a ducharse! ¡Incluso cantaba!
La donna e mó-bileeee
cual piuma al ve-entooo
muda da sentooo
e di pensierooo...
Y tenía una voz estupenda, dicho sea de paso.
Rápidamente, don Matías corrió a la cocina y cogió su machete; aquel que tuvo que comprar en la

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cuando las malas hierbas invadían su jardín. Con él en la mano, regresó al pasillo y esperó. Pronto cesó el ruido del agua. El ladrón retiró la cortina de plástico y salió de la bañera.
"Ahora es el momento" - pensó don Matías, abriendo la puerta violentamente e irrumpiendo en el cuarto de baño machete en mano.
- ¡Quieto! – gritó -. ¡No se mueva o...!
La amenaza se congeló en los labios de don Matías, que abrió unos ojos como panderetas, al tiempo que sentía cómo se le doblaban las rodillas.
- ¡Cielooos...! - gimió, una vez más.
El intruso, de pie sobre la alfombrilla del baño lo miró, entre indignado y sorprendido.
- Pero ¿qué le ocurre, hombre? – dijo -. ¿Acaso no ha visto nunca a un rábano desnudo?

14. STANWELL

Cuando don Matías recobró el conocimiento, se encontró tumbado sobre el sofá de la salita. El rábano, ataviado con su batín azul, se le acercaba con una humeante taza en las manos.
- ¡Hay que ver lo que me ha costado encontrar la manzanilla! - protestó el vegetal -. Jamás había visto una cocina tan desordenada. Tenga, bébase esto despacito.
- ¡No se me acerque! - gritó, asustado, don Matías -. ¿Quién es usted? ¿Por qué lleva puesto mi batín?
- Permítame presentarme. Me llamo Roberto. Roberto Rábano.
El rábano le tendió la mano a don Matías pero el hombre se apartó como si hubiese visto una tarántula.
- Déjese de cumplidos. ¡A ver! ¿Qué hace usted aquí?
- Intento instalarme del modo más cómodo posible para ambos.
- ¿Ambos? ¿Quién es ambos? - preguntó don Matías, visiblemente nervioso.
- Ambos. Usted y yo.
- ¿Qué? Pero, pero... ¡De eso, nada! ¡Aquí no se instala nadie! ¡Esta es mi casa!
- También es la mía, caballero.
- ¡Qué tontería!
- Ninguna tontería. Usted me plantó, don Matías. Gracias a sus cuidados y su paciencia, he alcanzado la madurez. He nacido y crecido en su huerto y, por lo tanto, esta es mi casa. Por cierto ¿le importa que fume?
Ante la atónita mirada de don Matías, Roberto Rábano sacó del bolsillo del batín una preciosa pipa Stanwell, la cargó de tabaco y comenzó a fumar.
Un olor dulzón, a frambuesas maceradas en whisky, se extendió de inmediato por toda la salita.

15. LA EXTRAÑA PAREJA

Los primeros días de convivencia no fueron fáciles. Roberto y Matías tenían personalidades muy diferentes. Don Matías era despistado, descuidado, desordenado y des-casi-todo. Roberto, por el contrario, era un tipo meticuloso, pulcro y aseado. Al principio, andaban a la greña por cualquier tontería pero, poco a poco, don Matías fue cediendo terreno. Aunque le seguía molestando la presencia de aquel rábano tan alto y petulante, lo cierto es que, desde su llegada, la casa estaba más limpia y ordenada que nunca. Además, Roberto cocinaba de maravilla, lo que permitía a don Matías olvidar de cuando en cuando su inevitable afición por las conservas, las pizzerías telefónicas y los platos precocinados.

16. UNA PROPOSICIÓN INDECENTE

Una mañana, unas dos semanas más tarde, don Matías se sintió arrancado de la cama por un delicioso olorcillo a pan recién tostado. Cuando entró en la cocina, Roberto acababa de prepararse su habitual desayuno inglés a base de zumo de pomelo, té con leche, huevos revueltos, jamón y tostadas.
- ¡Ejem! Buenos días.
- Hola, Matías. ¿Has descansado bien?
- Regular. Sólo regular.
- Lo siento. ¿Te preparo un café?
- Sí, gracias.
Mientras el rábano trajinaba con la cafetera, don Matías se sentó ante la mesa y carraspeó. Carraspeó durante medio minuto, hasta que Roberto se volvió a mirarle.
- ¿Te ocurre algo?
- No, nada, nada... - respondió don Matías, evasivo.
- Creo que quieres decirme algo y no sabes cómo empezar. ¿No es así, Matías? - preguntó entonces la hortaliza.
- Pues... en realidad, sí.
- Lo imaginaba. Adelante.
Don Matías sintió que la boca se le secaba, así que fue hasta el fregadero y se sirvió un vaso de agua del grifo antes de continuar.
- Verás, Roberto... ¡ejem! Robertito... resulta que... que dentro de dos meses se celebra el próximo concurso provincial de hortalizas y... y... he pensado que...
- ¿Quieres terminar de una vez?
- ...Que podríamos participar.
Una sonrisa iluminó la cara de Roberto.
- ¡Me parece una gran idea! - exclamó entusiasmado -. Modestia aparte, me considero un buen hortelano. Si ahuecamos la tierra en la próxima luna nueva y plantamos zanahorias con la siguiente luna llena, podemos obtener algunos ejemplares magníficos que...
Don Matías alzó las manos.
- Espera, espera, Roberto. Creo que no me has entendido.
- ¿Ah, no?
- Verás: La idea... la idea es que yo me presente al concurso y que tú... ¡ejem! seas mi hortaliza.
- ¿Qué?
- ¡Imagina la carita que pondrán los miembros del jurado cuando te vean! ¡De piedra, se van a quedar! ¡Ju! Nos llevaremos el primer premio... ¡y por fin seré la envidia de todos mis vecinos!
Roberto se había quedado más serio que un pepino 1 y en cuanto don Matías le dejó un resquicio, se lanzó al contraataque.
- Matías... lo siento mucho pero no puedo permitir que vayas a ese concurso.
- ¿Por qué no?
Roberto abrió los brazos, mostrando cuán evidente le parecía la respuesta.
- ¿Qué sabes tú de eso, Matías? ¿Crees que sólo consiste en llevar el melón más gordo o el espárrago de mayor tamaño?
- ¡Toma! ¡Pues claro! Se trata de un concurso de hortalizas ¿no? Si aparezco con un rábano de metro ochenta y cinco de altura y noventa kilos de peso, me darán un trofeo del tamaño de la Copa de Europa. ¿Qué problema hay?
- ¡El problema es que no sabes nada sobre hortalizas! Eres un absoluto ignorante agrícola. ¿Es que no te das cuenta? Allí te vas a encontrar con los mejores hortelanos de la provincia. Con auténticos expertos. Con verdaderos estudiosos del agro.
- ¿Del qué?
- ¿Qué dirás si te piden tu opinión sobre el aporte de nitrógeno a los cultivos o sobre el método del bancal profundo?
- Roberto, no me líes...
- ¿Y si en una entrevista de radio alguien quiere saber si prefieres la agricultura ortodoxa o la ecológica? ¿Qué harás si te ves mezclado en una discusión sobre las cucurbitáceas? Yo te lo digo: ¡Harás el ridículo! Y no puedo permitir que se rían de ti, Matías. Eres mi amigo y a un amigo no se le hace eso. Así que olvida lo del concurso ¿quieres?
Roberto, seguramente, tenía razón. Pero después de quince meses de batallar desde su jardín contra las adversidades, la negativa de un rábano, por grande y listo que fuese, no era suficiente para desanimar a don Matías.
- ¿Y si me pongo a estudiar?
La crucífera tragó saliva.
- ¿Cómo dices?
- Faltan dos meses para el concurso. Si estudio lo suficiente como para no hacer el ridículo ¿aceptarás entonces venir conmigo?
El vegetal miró estupefacto a don Matías.
- ¿Vas a ponerte a estudiar a estas alturas de tu vida? Mira, que a tu edad las neuronas ya no están para muchos trotes.
- Tonterías. Las mías están casi sin estrenar. Vamos, di: ¿Aceptas el trato?
El rábano miró al hombre intensamente.
- ¿Tan importante es para ti ese concurso? – le preguntó.
- Sí, Roberto. Muy importante. ¿Cómo podría explicártelo? Tengo sesenta y seis años y nunca he ganado en nada. Nunca me he colgado una medalla. Nunca he cruzado la meta por delante. Soy el cuarto de cinco hermanos y esa ha sido la mejor clasificación que he obtenido en mi vida. No quiero morirme sin saber lo que se siente al ser el mejor, el número uno. Contigo tengo mi oportunidad. Ayúdame, anda.
Roberto resopló como un bisonte varias veces antes de responder. Pero, por fin, abrió los brazos de par en par.
- Está bieeeeen....
- ¡Bravo!
- Pero seré yo quien te ponga el plan de estudios, quien te tome las lecciones y quien diga cuándo estás preparado.
- De acuerdo.

16. TÍPULA

Y así, sucedió que durante las siguientes semanas Roberto se convirtió en un exigente profesor mientras don Matías recuperaba con alborozo ciertas olvidadas costumbres de la infancia (como hincar los codos ante los libros y desayunar magdalenas con colacao)
- A ver, Matías: Principales quinopodiáceas.
- La remolacha, las espinacas y las acelgas.
- Bien. Principales plagas de la col.
- Mmmm... mmm... espera, espera, no me lo digas... ¡la mosca de la col! Mmmm.... el gorgojo, la polilla, el gusano gris, la mariposa y... y...
- ...Y la larva de típula.
- ¡Justo! Lo tenía en la punta de la lengua, conste.
- Eso lo tienes que repasar ¿eh? A ver, ¿cómo se combate el mildiu de la patata?
- Esta es fácil: Con caldo bordelés cada dos semanas.
- Bien. ¿A qué familia pertenece la chirivía.
- A las umbelíferas.
- ¿Y el perejil?
- También.
- ¿A quién se atribuye el invento del "compost"?
- A Sir Albert Howard.
- ¿Cuales son los principales tipos de injertos?
- El inglés, el de hendidura y el de escudete.
- Bien, Matías, muy bien. Pasado mañana te pondré un examen escrito sobre las leguminosas. Ya puedes ir al recreo. Digo, a la compra.

17. FERTIBERIA

Conforme se acercaba el día del concurso, don Matías se esforzaba más y más; y Roberto se mostraba más y más exigente. Ya no bastaba con que don Matías aprendiese horticultura. Ahora le exigía los más variados conocimientos: geografía, álgebra, astronomía, papiroflexia, idiomas... y don Matías, impertérrito, sacando tiempo de donde no lo había, devoraba libros, manuales, apuntes y enciclopedias.
- Para mañana te aprendes las capitales de África. Todas.
- ¿Pero vendrás conmigo al concurso?
- Que sí, pelma. Pero sólo si te aprendes las capitales de África.
- Vaaaale.


Faltando sólo una semana para el concurso, el vegetal planteó a don Matías una nueva condición:
- Matías, hasta ahora vas bien. Has aprendido mucho. Ahora, tienes que mejorar tu aspecto.
- ¿Yo? ¿Por qué?
- ¿Es que no te das cuenta de que vas hecho un adefesio? Siempre con esas camisas de cuadros más pasadas de moda que el charlestón y la gorra de visera con publicidad de Fertiberia. ¡Eso, por no hablar de los maripís! Supongo que no pretenderás ir al concurso provincial calzado con esos maripís azul celeste.
- ¿Qué tienen de malo? - preguntó don Matías con un hilo de voz.
- Que son muy feas, Matías. Feas y horteras. Tú a mí no me avergüenzas en público. Si quieres que te acompañe al concurso, ya te estás comprando un traje y un par de zapatos.
- Pero...
- ¡Y córtate el pelo! No hay nada más patético que un calvo con el pelo largo.


Esa tarde marchó don Matías al hipermercado de la esquina dispuesto a comprarse un traje de entretiempo, una camisa de tergal y un par de zapatos. Pero el joven empleado de la sección de caballeros intentó convencerle de que necesitaba imperiosamente un traje de verano y otro de invierno, cuatro camisas de seda, un surtido de corbatas a juego y unos mocasines de piel de ternera de cuatro mil duros.
Don Matías se lo quedó mirando.
- Disculpa, muchacho, pero... ¿tú no estuviste hace algún tiempo atendiendo la sección de jardinería?
- En efecto, sí señor - respondió el mozalbete, todo sonrisa.
- Y luego, en la de carnavales. ¿Verdad?
- Así es, en efecto. Buena memoria, caballero.
- Pues... esta vez no me la vas a pegar, majo.

Después, don Matías se fue al barbero.

18. RENFE

Y, por fin, llegó el gran día.
Matías y Roberto se levantaron muy pronto tras haber pasado la noche casi en vela a causa de los nervios. Desayunaron en silencio y luego, en silencio también, se encaminaron a la estación de RENFE dispuestos a tomar el tren que los llevase a Calatayud, la sede del concurso.
Don Matías sacó los billetes y ambos se sentaron a esperar en uno de los bancos del andén. Durante algunos minutos sólo cruzaron miradas de reojo. Por fin, don Matías se decidió a hablar.
- Roberto...
- Dime, Matías.
- Creo que no hace falta que sigamos disimulando. Tú... tú no quieres ir a ese concurso ¿verdad?
El rábano, la mirada fija en el punto del horizonte por el que huían los carriles, tardó en contestar.
- Te prometí hacerlo si cambiabas; y debo cumplir mi palabra. Sinceramente, nunca pensé que lo conseguirías. Pero así ha sido. En dos meses te has convertido en otro hombre. Sabes una barbaridad sobre horticultura, has aprendido a cocinar decentemente, empiezas a tener gusto musical y hasta chapurreas el italiano. Me siento orgulloso de ti, Matías.
Don Matías no pudo evitar una sonrisa triste.
- Sí, bien, bien, pero... pero no quieres ir al concurso ¿verdad?
Roberto suspiró muy hondo antes de contestar.
- No, Matías, no quiero ir. Lo encuentro deprimente.
Don Matías tragó saliva un par de veces.
- Entonces, no vengas.
Roberto, sorprendido, buscó ahora con su mirada la de don Matías.
- ¡Vamos...! Sabes perfectamente que, sin mí, no tienes ninguna posibilidad de ganar
- ¡Serás presumido...! Ninguna posibilidad, dice... Mira, mira - dijo Matías, abriendo una bolsa de deportes que llevaba colgada en bandolera -. Tengo aquí a tus dos compañeros ¿recuerdas? Os planté a los tres a la vez. Ya sé que, a tu lado, no parecen gran cosa pero… son dos hermosos ejemplares de rábano. Claro está que no fuman en pipa ni leen a Saramago pero quizá el jurado del concurso no dé demasiada importancia a esos detalles ¿no crees?
Roberto sintió un pequeño nudo en la boca del tallo.
- Pues no lo sé, Matías – susurró -. De veras que no lo sé.
A través de los megáfonos de la estación se anunció la llegada del automotor de Calatayud.
- Es el mío - dijo don Matías, poniéndose en pie.
También Roberto se incorporó, algo confuso, como no creyendo lo que ocurría. Se encontró de repente abrazando a don Matías.
- Suerte.
- Gracias, Roberto. ¿Me... me esperarás en casa?
- Sí. Sí, claro.

19. ALSASUA ESTACIÓN

Cuando el automotor blanco, naranja y gris se hubo convertido en un puntito perdido en la lejanía y el estrépito de sus motores diesel fue sustituido por un alegre silencio entre campestre y ferroviario, Roberto Rábano se acercó a la taquilla.
- ¿Me da un billete de primera clase, por favor?
- ¿A dónde quiere ir? – le preguntó el empleado.
Roberto suspiró, pensativo.
- No lo sé. Al norte, quizá. El frío me sienta bien.
- Desde aquí, hacia el norte y sin trasbordos, sólo puedo darle hasta Alsasua.
Roberto se encogió de hombros.
- Alsasua. Es un bonito nombre. Sí, Alsasua está bien.
- ¿Fumador?
- Sí.
- ¿Ida y vuelta?
- Sólo ida.

EPILOGO

Al final de ese mismo día, mientras esperaba el tren de regreso en la estación de Calatayud, don Matías vio acercarse por el andén a sus vecinos. Y ellos lo vieron a él.
- ¡Eh! ¡Mirad quién está allí! ¡Pero si es Matías!
- ¡Hombre, Matías!
- ¡Vaya traje que te has echado al cuerpo, Matías!
- ¡Cuánto tiempo sin verte, Matías!
- ¡Estás más calvo, Matías!
- ¿Qué haces aquí, Matías?
Rodearon todos a Matías y le palmearon la espalda concienzudamente.
- Pues... he venido a participar en el concurso de hortalizas.
- ¡Atiza! ¡qué casualidad! ¡Nosotros también! ¿Cómo es que no nos hemos visto en todo el día?
- Es que yo he traído sólo un par de rábanos. Las crucíferas concursaban aparte, en el polideportivo.
- ¡Ah, claro!
- ¡Claro, claro!
- ¡Así se explica!
Hubo un silencio algo embarazoso que nadie se atrevía a romper. Lo hizo don Olegario, con la pregunta que todos deseaban formular.
- Bueno, Matías, bueno... ¿Y qué? ¿Qué tal te ha ido?
Don Matías se encogió mansamente de hombros.
- Para ser mi primer año, creo que no ha ido mal.
Sacó de la bolsa sus dos rábanos y los sostuvo en alto, uno en cada mano. Lucían los vegetales sendas bandas con los colores de la bandera nacional.
- A este le han dado una mención especial al rábano más aerodinámico. Y este otro ha obtenido el segundo accésit al quinto premio general.
- ¡Sopla! - exclamó don Cosme, en un tono ligeramente irónico -. Segundo accésit al quinto premio. ¡Nada menos! ¡Je!
Don Matías bajó la vista, ligeramente avergonzado.
- Pues sí, sólo eso. Yo estoy contento. Para ser mi primer año…
- Claro, claro.
- ¿Y vosotros? - preguntó entonces don Matías -. ¿Cuántos premios habéis ganado?
- Pues… ninguno.
- ¿Cómo? ¿Ninguno? – preguntó un parpadeante don Matías.
- Este año no ha habido suerte.
- La competencia era feroz.
- Tremebunda.
- Bestial.
- Yo creo que la gente usa demasiados abonos.
- Además, ha hecho mejor tiempo en otras zonas.
- ¿Y las semillas? Es una injusticia. ¡Algunos las traen de América!
- Así no hay manera…
- ¡Mirad! Ahí llega nuestro tren.

Todos corrieron hacia el borde del andén dispuestos a coger buen sitio. Todos, menos don Matías, que prefirió subir el último, y a quien se le había instalado en el rostro una sonrisa, pequeñita y socarrona, de la que ya no pudo desprenderse en todo el viaje.

Mientras los siete viejos hortelanos trepaban con cierta dificultad a la plataforma del automotor, comenzó a caer una lluvia suave, mansa, que le iba a venir de perlas a la cosecha del cereal. 1 Pese a la fama de serios que arrastran, los ajos son la monda. Quienes gastan un genio de mil demonios son los pepinos; en especial, los de pequeño tamaño.

Porque ya no te escribi

hoy me contaron que te encontraron
por la calle y que enviaste saludos
para mi.

yo pense en escribirte
para decirte que estoy bien
que soy feliz, ahora sin ti.

pero unos minutos despues reflexione
y pense que lo que podria decirte en mi correo
seria algo asi como: francamente querida, me importas un bledo!


porque este pez ya no muere por tu boca
este loco piensa en otra loca
estos ojos desde hace mucho tiempo
ya no lloran mas por ti!

Piel canela

Que se quede el infinito sin estrellas
o que pierda el ancho mar suinmensidad
pero el verde de tus ojos que no muera
y el canela de tu piel se quede igual

Si perdiera el arco iris su belleza
y las flores su perfume y su color
no seria tan inmensa mi tristeza
como aquella de quedarme sin tu amor


Me importas tu, y tu
y solamente tu y tu
me importas tu y tu y tu
y nadie mas que tu

Soy un jardinero

Tengo un jardín de rosas, hermosas que son todas para ti
Yo las cultivé, porque un día te quiero ver a ti
y te entregaré en mis flores todo mi amor por ti
te veré caer en mis brazos loca de amor por mi
y no se cómo se atreves decirme a mi
que no tiemblas cuando te habló así.


y yo me río, y es que se que las mujeres que me conocen,
cuando se enteran de mi manera , yo les fascino
no es que yo sea romántico ni tampoco un playboy


lo que pasa es que yo soy hombre sencillo
tan sencillo como un jardinero que vive de flor en flores
recogiendo la más bonita p'al amor de mis amores

The scape

corriendo, intentando llegar cualquier parte,
el lugar no importa, tampoco el como, lo
importantes es huir, confudirme entre la gente.

no importa cuanto corra, creo no podre
escapar, de mi mismo.