A estas horas, aquí

Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que soy un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.

Le llega la noticia y me alegro: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante!

¡Soy un gran poeta!

Convencido, salgo a la calle, o llego a la casa, convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que soy un poeta, un hombre con ideas brillantes. ¡Por qué los poetas o los grandes hombres no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?

¡Dios mío!, pienso. Tengo que ser diseñador o jefe, o trabajar como otro cualquier, o andar, como cualquiera, de peatón.

¡Eso es!, pienso. No soy un poeta: soy un peatón.