Contra la pared

Como no todos hablan español como su primera lengua me he visto en la necesidad de incluir un poco de vocabulario básico para este texto que encontraran en anexos al lado izquierdo de su pantalla


Ahora si que comience la función:

Fue un polvo salvaje, violento, apasionado. La arrojé contra la pared y gemí de placer cuando ella clavó sus uñas en mi cuello. Su cuerpo delgado y con silueta de adolescente la hacía parecer más joven de lo que creo que era. Buscó mi polla con rapidez. Yo le susurraba al oído que era una puta, una zorrita, la mujer más guarra que jamás había conocido. Y ella me besaba en la boca con garra, me comía la lengua entera, parecía querer beberse toda mi saliva.

Nos vimos en un ascensor, ella entraba y yo salía, y la mirada que cruzamos fue de fuego. Entonces decidí empujarla hacia la pared, ella aceptó la propuesta.
La penetré, furioso, sin previo aviso, apenas tuve tiempo de hacer que su tanga se deslizara a través de sus muslos. Estaba mojada, y mi pene erecto entraba complacido en la hendidura hospitalaria, ella realizaba movimientos circulares con las caderas, y a mí me enloquecía sentir aquellos roces contra sus paredes íntimas. Embestía, como un potro desbocado, y con cada embestida mía su cabeza pelirroja se golpeaba contra la pared, y yo me excitaba al contemplar eso.

Nos mantuvimos así unos minutos, dentro y fuera, jadeantes y sudorosos, yo recordándole lo guarrita que era, ella acariciando mi espalda con fuerza, como si deseara grabar en mi piel la huella de su esencia. Olía muy bien, ella, y me encantaba clavarle mi polla hasta el fondo, sabedor de que se la tragaba toda, extasiada. No recuerdo si nos corrimos al mismo tiempo, no lo creo, pero me gusta pensar que sí, sé que ella elevó la pierna izquierda unos segundos antes de llegar, y que presionó el tacón de su zapato contra mi culo. Aquello me puso a mil. Vacié todos mis jugos dentro de ella, que no hizo nada por detenerme, y nos despedimos con un beso en las mejillas. Ella bajó por las escaleras, yo me perdí en mi despacho. Jamás volví a verla. Pero, no hace mucho, me tropecé con una pelirroja en el Corte Inglés, y tuve que buscar un cuarto de baño con urgencia. La paja que me hice prometía dejarme seco, pero, cuando regresé a casa, en la tranquilidad de mi dormitorio, me obsequié con otra. Más intensa, más larga, y más cómoda.